La escuela media dejó a Uka Ishimori con nada más que cicatrices, hasta el punto de que ha olvidado cómo reír o llorar o incluso decir «hola». Pero un reencuentro fortuito con un chico de pelo color limón la vigoriza, dándole la esperanza de que tal vez, sólo tal vez, la vida puede ser mucho más dulce si finalmente pide ayuda.